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Escuelas como cárceles


Imagen tomada de: http://bit.ly/12tp3K2

Imagen tomada de: http://bit.ly/12tp3K2

 

A mí me gustaba ir al colegio. Mi casa estaba lejos de todo, no tenía vecinos, así que ahí era el lugar donde estaban mis amigos. Recuerdo mi primer día de clases, mis papás me metieron a preparatoria a los 5 años y no pasé por todos los grados que los niños pasan ahora antes de llegar a prepa. Pasé en el colegio trece años y en la universidad cinco más y no recuerdo mucho de mi vida escolar. Una vez intenté sacar el libro de historia para copiar en un examen, pero como no había leído, no tenía idea de qué buscar y fue de poca ayuda, ni siquiera logré hacer trampa. Otra vez, para una Semana Santa, me dejaron de tarea escribir los números de uno a un millón. Superé la clase de geografía, aunque todavía soy bastante mala con los accidentes geográficos. No fui una alumna excepcionalmente buena ni excepcionalmente mala. Supongo que siempre me mantuve en el promedio, con buenas notas y un comportamiento aceptable. Esos años constituyen una parte de lo que soy ahora, pero ¿es suficiente tener una noción del valor de mi educación? ¿Vale la pena invertir tanto tiempo, esfuerzo y dinero en una experiencia de la que después no se puede sacar una idea concreta de para qué nos sirve? Sí, me enseñaron a leer, a escribir; era buena en matemática, pero mi tía fue la que me enseñó a usar la regla de 3, algo que uso mucho más que la factorización.

A mi sobrino le dejaron de tarea hacer un cartel ilustrado con las reglas para coser diferentes tipos de tela. Si él no estuviera en primero primaria, si tuviera que zurcir un calcetín de vez en cuando o si le importara la diferencia entre la lana, el algodón y el poliéster, por algo más que saber por qué el material de su suéter pica, pensaría que esa tarea le va a servir de algo, que quizás su experiencia con la educación formal y el colegio va a ser mejor que la mía, pero no es así. El colegio en el que él estudia sigue siendo el mismo colegio en que estudié yo, en el que estudiaron mis papás, mis abuelos, creo que incluso sigue teniendo muchos de los contenidos curriculares del siglo XIX.

La escuela es uno de esos lugares en los que los niños pueden aprender muchas de las cosas que necesitan para la vida, pero no estas escuelas que tenemos en la actualidad y que han sido, parafraseando lo que dicen en el documental “La educación prohibida”, construidas a imagen y semejanza de las cárceles y las fábricas, donde los niños tienen que obedecer timbres que les dicen cuándo pueden comer y cuándo no, cuándo tienen que escribir y cuándo tienen que ejercitarse. Sé que no estoy sola con mi idea de la necesidad de una evolución en las escuelas tradicionales, necesitamos convertirlas en espacios donde estimulen la libertad, la creatividad y el pensamiento independiente.  Sir Ken Robinson en sus charlas de TED nos cuenta un poco de la historia de la educación moderna, nos habla de los modelos educativos post revolución industrial y plantea cómo las escuelas dejaron de responder a las necesidades de las personas, cómo aniquilan a los creadores en potencia. En la primer media hora de “La educación prohibida” también nos dan ese contexto histórico y luego nos hablan de cómo aprenden los niños.

Una de las conclusiones que saco en claro de esos planteamientos y esas ideas revolucionarias, es que tenemos que lograr que la escuela se separe del Estado. No podemos seguir dejando la educación en manos de los gobiernos, ellos no han hecho un buen trabajo y no saben cómo empezar a hacerlo. Para que en una escuela se le enseñe al niño a ser libre, primero tiene que ser libre la institución, elegir su propio currículo, elegir su propio horario y su forma de educar. Los que dicen qué se debe estudiar en las escuelas públicas y privadas no son los maestros, ni siquiera los dueños de los colegios o los directores, son burócratas a los que no les interesan los individuos. Nos quejamos todo el tiempo de lo mal que está la educación, la juventud, los acusamos de no leer y de no interesarse, quizás es tiempo de una revolución de ideas que ayude a nuestros jóvenes a interesarse por aprender a aprender, en lugar de darles un montón de conocimiento estéril que olvidarán pronto y que no significará algo para ellos.

Lo que existe en el mundo es resultado del trabajo de alguien


Imagen tomada de: http://bit.ly/Yum29T

Imagen tomada de: http://bit.ly/Yum29T

We were excited about getting jobs; we hardly went anywhere without filling out an application. But once we were hired – as furniture sanders – we could not believe this was really what people did all day. Everything we had thought of as The World was actually the result of someone’s job. Each line on the sidewalk, each saltine. Everyone had a rotting carpet and a door to pay for. Aghast, we quit. There had to be a more dignified way to live. We needed time to consider ourselves, to come up with a theory about who we were and set it to music.”  (Something That Needs Nothing, es parte de la colección de cuentos que Miranda July publicó con el título de No one belongs here more than you)

El cuento habla de dos jovencitas que se escapan de sus casas y se van a vivir juntas. Saben que tienen que conseguir dinero, así que deciden buscar trabajo. Una de ellas va por la calle y, de pronto, es sacudida por un pensamiento: todo lo que concebía como El Mundo era, de hecho, el resultado del trabajo de alguien. La historia sigue y la autora relata las formas poco ortodoxas en que las chicas se ganan la vida, su separación, su reencuentro; explora ámbitos de la existencia humana que yo no voy a abordar, porque quiero centrarme en ese instante en que una persona sale a la calle y es consciente de que la ciudad a su alrededor existe porque fue construida por alguien. Olvidarnos del proceso que lleva construir las cosas y dar por sentado su existencia, puede llevarnos a pensar que debemos “redistribuir” la riqueza porque “existe” o que “tenemos” libertad y no es necesario ganarla o defenderla.

Es común que las quejas sobre la pobreza en el mundo estén relacionadas con el capitalismo, mucha gente piensa que hay pobres en el mundo debido a que hay ricos, que el capitalismo produce pobres; es decir, que los “ricos” se quedan con los bienes y despojan a los otros de ellos. Sin embargo, como explica Ayn Rand en El manantial, “Nada nos es dado en la Tierra. Todo lo que necesitamos debe ser producido. Y aquí el ser humano afronta su alternativa básica, la de que puede sobrevivir en sólo una de dos formas: por el trabajo autónomo de su propia mente, o como un parásito alimentado por las mentes de los demás. El creador es original. El parásito es dependiente. El creador enfrenta la naturaleza a solas. El parásito enfrenta la naturaleza a través de un intermediario.” Cuando una sociedad sienta sus bases en la libertad individual, los individuos serán responsables de construir el mundo a su alrededor. Cooperarán entre ellos, dividirán las labores, ofrecerán bienes y servicios a cambio de bienes y servicios. Comprenderán que depende de ellos lograr la vida que desean, no porque su fin sea eliminar la pobreza de todos, sino porque quieren vivir mejor para ellos mismos. Si tenemos una sociedad de individuos que todavía esperan que el señor feudal, el rey o el estado construyan y le provean, si pensamos que existe una cantidad limitada de riqueza en el mundo y que no se puede producir más, si pensamos que podemos vivir mejor a costa del esfuerzo de otros, entonces tendremos un mundo de pobreza y canibalismo, donde el hombre es el enemigo del hombre.

El hombre


Steve Cutts nos cuenta en tres minutos y medio cómo el hombre está acabando con el planeta en que vive. El protagonista de la historia mata todo a su paso, incluidas focas bebé y osos polares. Calza un par de botas hechas con serpientes. Engorda gallinas para comérselas fritas. Tala árboles para hacer miles de hojas de papel. Industrializa el mundo para volverlo un basurero gigante. Al final llegan un par de extraterrestres y lo convierten en un tapete. ¿Cuál es el mensaje de la obra? La culpa inmensa por vivir en la tierra y usar sus recursos naturales. Cuando terminé de ver el video me sentí inmensamente triste, no porque esté de acuerdo con el autor, sino porque ilustra la idea que muchas personas tienen sobre el ser humano, sobre la naturaleza y cómo vivimos. Piensan que somos una especie de parásitos que no hacen más que destruir el mundo. Muchos creen que, de hecho, lo mejor que puede pasarle a la tierra es que desaparezcamos de la faz del planeta, porque sólo así dejaremos de contaminar este lugar que sería perfecto sin ciudades, carreteras y máquinas.

¿Eso es todo lo que somos? ¿Depredadores que necesitan que venga una fuerza más grande que ellos mismos a castigarlos? En los comentarios que deja la gente encontré algunas respuestas a estas preguntas, por ejemplo: “No es el hombre propiamente, es la industria y las corporaciones amorales, el hombre puede cohabitar con el mundo (vean las tribus «salvajes») el problema nace con las empresas amorales”. Es decir que deberíamos seguir viviendo como “nobles salvajes” y muriendo por el ataque de las fieras y por enfermedades que la tecnología nos ha ayudado a curar. Deberíamos dejar de cortar árboles para hacer papel y libros, porque de todas maneras la gente no lee y es un desperdicio. Deberíamos abandoar el conocimiento que tenemos y apegarnos a un modelo de hacer las cosas, deberíamos dejar de inventar porque ya tenemos “demasiado”, porque nuestros inventos y nuestras empresas son perversos.

A mí me alegra haber nacido en esta época que vivo, me alegra que hubiera vacas para alimentarme, que no tenga que venir a pie a trabajar, que en mi casa haya agua potable y que se produzca energía eléctrica para que pueda escribir esto y oír música y ver vídeos como el que generó este comentario. Me alegra que alguien inventara la computadora y que se desarrollara el internet. Quisiera que en mi país y en el mundo dejara de haber hambrunas, que todos los niños fueran a la escuela y tuvieran acceso a los millares de libros con historias maravillosas que los pueden ayudar a crear más historias maravillosas. Sin embargo, antes de todo eso, me gustaría que las personas entendieran que se trata de una lucha de vida o muerte, que para vivir necesitamos usar la tierra y sus recursos. Es una cuestión de filosofía, porque el hombre es un ser capaz de crear grandes obras para hacer del mundo un lugar mejor.

Entre eso y la segunda colonización


Captura de pantalla de: http://www.diagonalperiodico.net

Captura de pantalla de: http://www.diagonalperiodico.net

El título de la nota llamó mi atención, así que me fui a leerla (si alguien quiere leerla antes de leer mi comentario, puede ir acá). Al inicio el autor ofrece un poco del contexto de la situación en Panamá y la lucha de una comunidad contra una hidroeléctrica, con el apoyo del sociólogo Jesús Alemancia. Luego, presenta a Lolita Chávez y va planteando las ideas de ambos en forma paralela. Los dos activistas denuncian proyectos de hidroelécticras y minas que las multinacionales españolas y el gobierno quieren llevar a cabo en los territorios indígenas. Este conflicto básico, a mi juicio, es que las comunidades se oponen a que usen su territorio comunal y el gobierno está usando el territorio de su país. ¿De quién es esa tierra? ¿Quién debería decidir qué se hace ahí? ¿Qué ley debe prevalecer en este caso, la de autoridades ancestrales o la del gobierno electo? ¿Con quién deberían negociar los inversionistas? ¿Que alguien haya vivido mucho tiempo en un lugar le da automáticamente derecho de propiedad sobre la tierra?

No me estoy preguntando acá si existe algún tipo de “inequidad histórica” en el que algunos grupos privilegiados tengan mucha tierra y otros grupos tengan poca tierra, sino en quién decide eso. El artículo 67 de Constitución Política de la República de Guatemala establece la“ Protección a las tierras y las cooperativas agrícolas indígenas. Las tierras de las cooperativas, comunidades indígenas o cualesquiera otras formas de tenencia comunal o colectiva de propiedad agraria, así como el patrimonio familiar y vivienda popular, gozarán de protección especial del Estado, asistencia crediticia y de técnica preferencial, que garanticen su posesión y desarrollo, a fin de asegurar a todos los habitantes una mejor calidad de vida. Las comunidades indígenas y otras que tengan tierras que históricamente les pertenecen y que tradicionalmente han administrado en forma especial, mantendrán ese sistema.” Así que es el Estado quien establece qué tierras son de las comunidades e, incluso, puede decidir qué tipo de desarrollo conviene más a la comunidad. Es como si el intendente del condominio pudiera decirme qué cuartos de mi casa son míos y cuáles va a alquilar para el beneficio de la comunidad.

No estoy de acuerdo con la idea de desarrollo colectivo que presentan los activistas, con su defensa ambientalista basada en el fantasma del calentamiento global o con sus prejuicios sobre lo que creen que es la sociedad capitalista occidental. No estoy de acuerdo con quieran decirme que debo estar de acuerdo con ellos en lo que consideran bueno. Sin embargo, estoy de acuerdo con ese reclamo de libertad que está en el fondo de sus argumentos. Cada comunidad debería ser libre de tomar las decisiones sobre su vida y su subsistencia que le convenga, sin que ningún ente externo, ya sea el gobierno o la cooperación internacional, le diga qué le conviene hacer. Cada comunidad debería ser dueña de su territorio y libre de negociar o no con quien tenga el capital para hacer proyectos en ella. Cada comunidad debería velar por sí misma y no esperar a que el gobierno la saque de la pobreza y le dé educación, salud, vivienda o internét, porque cada vez que reciben algo, deben dar algo más a cambio y todo va bien hasta que el gobierno les quita por la fuerza lo que ellos no hubieran querido dar.Quizás deberíamos preocuparnos más por establecer reglas claras en cuanto a la propiedad de la tierra y qué puede hacer el gobierno y qué no, antes de preocuparnos por una segunda, tercera, cuarta colonización. Nuestros pueblos no serán independientes mientras sigan esperando que el gobierno los cuide y les provea. Cuando la tierra no tiene dueño, alguien se quedará con ella.

¿No a la minería, o es un no a algo más?


Imagen tomada de: http://bit.ly/YJRB5U

Imagen tomada de: http://bit.ly/YJRB5U

Los vi ayer. Eran unas 50 o 60 personas. Llegaron, empezaron a tomar sus lugares y les entregaron los carteles para la protesta frente al edificio donde están las oficinas de la Embajada de Canadá. No llenaban toda la calle. Había un par que seguro eran los organizadores del asunto, porque eran los que le daban declaraciones a los periodistas. Yo no sé si los pobladores de Santa Rosa estaban convencidos de estar ahí, uno a veces piensa que son personas a las que les pagan por ir a protestar, eso no es algo nuevo bajo el sol. Sí sé que vi que estaban cansados, que no gritaban con entusiasmo, que sus voces y actitudes no tenían la fuerza de quien piensa que defiende la verdad. Estoy segura de que hay muchas personas en estas comunidades que se levantan muy temprano para ir a trabajar, que luchan cada día para salir adelante.

Hoy la policía disolvió otra protesta, la noticia dice que “Los pobladores dijeron a los periodistas que se oponen al proyecto minero, denominado «El Sastre», debido a la contaminación y porque consideran que la empresa, que se propone extraer oro en el lugar, podría dejar sin agua a la comunidad”. El miedo es un arma poderosa, la gente tiene miedo de lo que no conoce, ¿podrían confiar en la empresa minera? ¿Podrían confiar en que el gobierno los defenderá si la empresa no cumple su parte del contrato? Puedo entender el miedo que produce la posibilidad de perder el agua, el miedo que da sentirse vulnerables. Estoy segura que hay muchas personas en estas comunidades que no quieren que sus hijos tengan que caminar kilómetros para ir a traer agua al río, que quieren progresar, educarse, que los dejen trabajar en paz.

Sé que hay gente en algunas empresas, mineras o no, que hacen transas, pero se supone que para eso vivimos en un mundo que tiene leyes y contratos, para que nadie esté sobre la ley. La idea es vivir en una sociedad que no permita los privilegios, con un gobierno que no te quite lo que es tuyo y te ayude a que nadie lo haga. Quiero pensar que la gente no está simplemente contra las minas, quiero pensar que está en contra de la incertidumbre que nos provoca pensar que los gobernantes son como Artemio Cruz, ese personaje de Carlos Fuentes, que en su juventud fue revolucionarlo y luego simplemente se convirtió en un político corrupto, que hacía negociaciones así:

«—…alegan que aquí en México se pueden fabricar esos mismos carros. Pero nosotros vamos a impedirlo, ¿verdad? Veinte millones de pesos son un millón y medio de dólares…
Plus our commissions
—No le va a sentar muy bien el hielo con ese catarro.
Just hay fever. Well, I’ll be
—No termino. Además, dicen que los fletes cobrados a las compañías mineras por el transporte del centro de la República a la frontera son bajísimos, que equivalen a un subsidio, que cuesta más caro transportar legumbres que acarrear los minerales de nuestras compañías…
Nasty, nasty
—Cómo no. Usted comprende que si aumentan los fletes, nos será incosteable trabajar las minas…
Less proffits, sure, lesproffitsure lesslessless…» (encuentre la novela completa acá)

Es cierto que la vida no es un negocio, es cierto que para preservar la vida tenemos que explotar la tierra, construir los bienes que necesitamos. Tenemos la inteligencia, las herramientas. Hay minas que no son una amenaza, que son la oportunidad para que muchas personas tengan un trabajo.