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Una píldora mágica para bajar de peso


Imagen tomada de: http://bit.ly/145hNII

Imagen tomada de: http://bit.ly/145hNII

Hay noticias de las que uno se entera aunque viva debajo de una piedra y haga todo el esfuerzo del mundo para no enterarse, así, esta semana me enteré de que Christina Aguilera perdió 40 libras después de hacer dieta y apareció en un evento luciendo un vestido rosado y una nueva figura. Eso me llevó a pensar en esos productos de los que uno se entera, de los que ha oído o visto publicidad por todos lados, como las píldoras para bajar de peso. Esas pastillas que le prometen a uno que después del simple acto de tomarlas con un poco de agua, perderá esas horribles libras de más y vivirá una mejor vida, sin esfuerzo, sin dietas, sin ejercicio. Luego me llevó a pensar en las promesas de políticos de las que uno se entera, que le ofrecen que erradicarán el hambre del mundo, que conseguirán la paz, la prosperidad para todos, que erradicarán la violencia y la pobreza del mundo.

Si lo vemos fríamente, Christina va a engordar otra vez si no se cuida de ahora en adelante; las píldoras mágicas para bajar de peso no funcionan a largo plazo porque la gente no cambia sus hábitos y cree que puede seguir comiendo más de lo que su cuerpo necesita sin sufrir las consecuencias; y los políticos están falseando la realidad y haciendo promesas que no pueden cumplir porque para tener riqueza hay que crearla primero.

¿Qué sabemos sobre alimentarnos? Que los alimentos tienen una serie de elementos que necesitamos para vivir, como proteínas, carbohidratos, calorías, vitaminas, minerales, fibra, grasa. También sabemos que diferentes personas necesitan diferentes cantidades de cada componente, un bebé necesitará más calcio y un atleta necesitará más proteína, por ejemplo. También sabemos que si consumimos más grasas y calorías de las que vamos a usar, nuestro organismo acumulará energía que no necesitamos y engordaremos. Sabemos que cada persona es responsable de alimentarse sanamente y hacer ejercicio para estar mejor físicamente. No es algo que se logre con una pastilla, es una actividad que necesita racionalidad, constancia, disciplina. Sabemos, además, que no podemos generalizar y decir que todos tenemos que comer carne, azúcar o vegetales en una cantidad estandarizada porque alguien decidió que nos haría bien, que todos tenemos que igualar nuestra dieta para estar sanos. Ese es un asunto individual, así que si alguien decide vivir a base de donas y café, es su decisión y nadie tiene el derecho de forzarlo a comer otra cosa.

¿Qué sabemos sobre vivir en sociedad? Entre muchas otras cosas, que gracias a la cooperación social y al intercambio producimos y obtenemos productos y servicios con los que cubrimos necesidades de alimentación, vestido, transporte. Sabemos que necesitamos cultivar para tener vegetales y frutas, que necesitamos fabricar ropa, vehículos, construir casas, etc. Sabemos que la riqueza no es algo que existe en la naturaleza, es algo que debe ser creado. Sabemos que si gastamos más de lo que tenemos o podemos producir, nos enfrentaremos al problema de no tener con qué cubrir nuestras necesidades. Sabemos que el trabajo debe ser constante, porque necesitamos cubrir nuestras necesidades constantemente. No hay en la tierra algo como un paraíso de recursos ilimitados en el que podamos vivir sin hacer nada, aunque abandonáramos la agricultura, la tecnología y las ciudades, y volviéramos a ser cazadores y recolectores, si siguiéramos con vida tendríamos que hacer cosas para mantenernos con vida día a día. Cada vez que un político promete que todos vamos a vivir bien, que nos dará salud y educación, deberíamos preguntarle qué nos va a pedir a cambio, quién va a tener que trabajar para que eso suceda, quién lo va a pagar.

El capitalismo es el único sistema que se basa en el hecho de que cada quien obtiene lo que merece por su capacidad, no por su necesidad. Es el sistema que se basa en la libertad individual, la propiedad privada, la cooperación y el intercambio. No ofrece que vamos a tener un paraíso en el que nadie tendrá que trabajar nunca más, al contrario, es el sistema en el que tenemos que ser los mejores, esforzarnos más, en el que tenemos que preguntarnos qué hicimos bien hoy para hacerlo mejor mañana, en el que los seres humanos deben ser productivos cada día de sus vidas para vivir mejor. No es una píldora mágica que uno toma una vez y soluciona los problemas, es un sistema de acciones continuas donde no existe límite para la creación, para mejorar nosotros mismos y nuestra sociedad.

La libertad es egoísta


La semana pasada escribí un artículo que hablaba sobre la libertad y sobre la culpa que ponemos sobre los hombros de los productores por el simple hecho de que producen para sí mismos (o así deberían hacerlo). Recibí el comentario que leerán a continuación y que responderé después, punto por punto:

Uno quisiera creer que lo que llamamos libertad nos llevaría a una sociedad más justa y los problemas de países como el nuestro se solucionarían. No lo creo, la solución en si es compleja, no tan sencilla teniendo que cambiar por completo la enfermiza mentalidad genéticamente adquirida de nuestros pueblos. Lo primero, que es el sacrificio personal para trabajar por nuestro país nadie lo correría conformándonos algunos de nosotros solamente con protestar escribiendo o manifestándonos por este clase de medio que al final es solo catarsis.”

Imagen tomada de: http://bit.ly/15y5ZwS

Imagen tomada de: http://bit.ly/15y5ZwS

1. Libertad: en el contexto político “libertad” significa la ausencia de coerción. En ese sentido, el ente que ejerce el uso de la fuerza para controlar a los ciudadanos es el gobierno, perdemos nuestra libertad cuando dejamos que el gobierno controle más y más aspectos de nuestra vida, ya sea que nos obligue a tomar vacunas, ir a la escuela o a la guerra, usar bombillas ahorrativas o que nos permita visitar algunos lugares y otros no. Hay ciertas actividades humanas que podemos condenar moralmente, como el suicidio, el aborto o fumar, pero ello no implica que deban ser controladas por el gobierno, tampoco deberíamos permitir que el gobierno nos cobre impuestos por ser productivos, cosa que pasa con el impuesto sobre la renta. El capitalismo no puede funcionar de acuerdo con un sistema moral que establece que es tu deber servir a otros. El deber del productor es decidir qué quiere producir, por qué quiere trabajar y qué quiere hacer con su producción, sin depender de las necesidades o deseos de otros, y garantizándole a los otros ese mismo derecho.

Imagen tomada de: http://bit.ly/12DVFAt

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2. Una sociedad justa:  dice Epicuro que “lo justo según la naturaleza es un acuerdo de lo conveniente para no hacerse daño unos a otros ni sufrirlo”, además dice que “la justicia no era desde un comienzo algo por sí mismo, sino un cierto pacto sobre el no hacer ni sufrir daño surgido de las relaciones de unos y otros en lugares y ocasiones determinados”. La justicia debe establecerse en base a una relación entre dos partes, la injusticia se dará cuando una parte dañe a la otra y la justicia cuando la parte que ocasiona el mal compense a la parte dañada. Vivir en una sociedad justa es vivir en una sociedad con leyes claras que se cumplen y donde no hay individuos que estén sobre la ley o tengan privilegios para no cumplirla. Libertad no significa que cada quien haga lo que se le dé la gana y pase sobre los derechos de los demás, libertad es actuar según el juicio propio, pero ello no implica que entonces todo mundo se tirará como loco a atacar a los demás, sencillamente porque muchos ya hemos aprendido que la cooperación es más efectiva. No significa depender de la buena voluntad de los demás, significa tener la certeza de que quien use la fuerza contra otro, recibirá su merecido.

La justicia no es igualdad material, no se establece diciendo que todos deberíamos tener las mismas cosas. La justicia es igualdad ante la ley, se establece a partir del concepto de que tenemos normas que todos debemos respetar, como el respeto a la propiedad privada, a la vida.

Imagen tomada de: http://bit.ly/18YuQiY

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3. El sacrificio personal para trabajar por nuestro país: sacrificio es entregar un bien mayor a cambio de un bien menor y este concepto está implícito en muchas de nuestras actividades, aunque no seamos conscientes de ello. Cuando nos enamoramos, nos dicen el amor debe ser sacrificio por el otro. Cuando somos madres o padres, nos dicen que debemos sacrificar todo por nuestros hijos. Cuando vivimos en sociedad nos dicen que debemos hacer sacrificios para ayudar a los “necesitados”. Nos dicen que uno debe trabajar por el bien común, jamás por uno mismo, porque esas actitudes egoístas son las que tienen al mundo como está. Sin embargo, hay un par de puntos que es importante aclarar cuando de sacrificios se trata. Sacrificio no es lo mismo que inversión, invertir significa entregar un bien menor a cambio de un bien mayor, pero para saber si estamos invirtiendo o sacrificando, deberíamos tener clara nuestra escala de valores. La benevolencia es una actitud individual y nadie debería forzar a nadie a ser generoso y eso incluye no condenar moralmente a los que no ceden a las presiones de grupo y no “dan” para cierta causa. Si yo considero que tengo cubiertas mis necesidades y me sobra tiempo o dinero para ayudar a alguien más es algo que solo yo puedo decidir.

Hasta el día de hoy hemos estado sacrificándonos por nuestro país y seguiremos haciéndolo mientras aceptemos que el gobierno tiene el control de nuestras vidas, mientras esperemos que el gobierno resuelva todos nuestros problemas, mientras sigamos pagando impuestos para que se los roben, mientras sigamos aceptando que quienes producen tienen una deuda con la sociedad.

Vivir en libertad no implica actuar arbitrariamente, tampoco implica ser injusto o aceptar el sacrificio. Vivir en libertad, para uno mismo, por el beneficio propio, es el primer paso para que este mundo cambie. Quizás este tipo de artículos tienen una carga de catarsis, pero no están escritos con el simple afán de un desahogo público. Están escritos para generar diálogo y para cuestionar el mundo en que vivimos, porque si simplemente aceptamos que tenemos esta actitud “genéticamente adquirida”, nadie va a cambiar nada. Decir que es cuestión de genes o de naturaleza o de creación, es rendirnos, es pensar que no podemos hacer nada para cambiar un mundo que no nos gusta. No me conformo ante esa idea y si puedo defender a algún productor para que sepa que lo que hace por su beneficio es bueno, lo voy a hacer sin morderme la lengua.

Al final el problema es filosófico


Un hombre de negocios piensa que por ser exitoso está obligado a retribuirle a la sociedad por lo que la sociedad le ha dado, así que decide hacer escuelas y obligar a otros empresarios a hacer lo mismo. Un señor piensa que debe pagar más impuestos porque gana más y decide obligar a otros a hacer lo mismo. Una señora piensa que está mal que ella pueda comprar un jamón caro para la cena, cuando hay tanta gente que se muere de hambre, decide no comprar el jamón y obligar a otros a que tampoco compren jamones. Un joven piensa que las industrias matan al planeta y piensa que debe oponerse a toda clase de industria para ayudar a los pobres, así que decide hacer una campaña para hacer que otros se opongan a las industrias. Otra joven piensa que no es justo que ella asista a un colegio privado mientras hay otros que van a una escuela pública, a ninguna escuela, y decide que es necesario abolir las escuelas privadas para que todos tengan la misma educación. Otros tantos ven que todo esto pasa y deciden no hacer nada, no opinar al respecto.

El mundo está lleno de personas y cada uno de nosotros debe lidiar con problemas que tienen que ver con nosotros mismos y con esos otros que nos rodean, en principio se trata de la convivencia en sociedad. Debemos tomar decisiones que nos afectan, que afectan a otros y la relación que tenemos con ellos. Esa convivencia se convierte en un problema filosófico cuando debemos afrontarla en términos del “deber moral”, ¿debemos velar por nuestro beneficio o por el beneficio de los otros? ¿Debemos cuidar de nosotros mismos o de los demás? Hay personas que deben tomar decisiones que afectan a poca gente, otros deben decidir por millones. Sin embargo, la escala de nuestra influencia no es el tema principal, el asunto que debería interesarnos es la filosofía detrás de nuestras decisiones y opiniones. Si creemos que estamos obligados a compensar a los otros porque somos mejores, porque tenemos más que otros, porque destruimos al mundo con las industrias, actuaremos acorde a dicha idea, intentaremos limpiar la culpa de nuestra conciencia y  justificar nuestra existencia con sacrificios. Si, por el contrario, creemos que el mundo puede ser un lugar mejor y debemos construirlo, que somos seres capaces de crear obras grandiosas, que no somos los “guardianes de nuestros hermanos”, que al buscar nuestro propio beneficio y dejar de obligar a los otros a hacer lo que creemos que deben hacer, también actuaremos conforme a dichas ideas.

El “deber moral” es un concepto popular en la filosofía y está vigente en la actualidad gracias a pensadores como Kant, que estableció que las personas no deberían actuar de acuerdo a sus caprichos o intereses personales, sino en base a leyes universales que no dependen del contexto específico en que hay que tomar una decisión; estos imperativos categóricos están basados en la razón; sin embargo, no hay que perder de vista que para Kant la razón no tiene fundamento en la realidad dado que las personas no tienen acceso a ésta, así que no se interesa por la ley de la causalidad. Tampoco hay que olvidar que si bien para Kant la virtud moral no es altruista, tampoco es egoísta, puesto que dice que si una persona encuentra beneficio de sus acciones ellas carecen de virtud. Así el deber moral se convierte en algo que tengo que hacer sin cuestionar, respondiendo a una autoridad universal que no conozco y ello sólo tendrá valor moral si no me trae beneficio.

Que el mundo sea un lugar mejor depende de nosotros, de eso no cabe duda, lo que deberíamos empezar a cuestionarnos es si cada individuo tiene el deber de cuidar a los otros, de responder a leyes universales sin cuestionarlas, a obligar a los demás a actuar de acuerdo a esas leyes.

Todo en exceso


Imagen tomada de: http://bit.ly/10vBWrk

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Surplus: Terrorized Into Being Consumers es un documental de 54 minutos en el que Erik Gandini nos cuenta cómo nos hemos convertido en una raza que produce en exceso, consume en exceso y ha perdido ideas en exceso. Nos cuenta su historia con imágenes tremendistas, con frases repetitivas, música electrónica y cierta ironía. Considero que su idea fundamental, a grandes rasgos, es hacer un retrato de personas que han perdido la noción de valores por el consumo de cosas que no necesitan para sobrevivir. Para sustentar su punto presenta ideas de John Zerzan, el filósofo y anarquista que propone que deberíamos destruir nuestras ciudades, calles y tecnología, para volver al estado en que estaba la civilización en la edad de piedra, cuando los seres humanos eran cazadores-recolectores. También presenta a un joven que habla de la variedad de muñecas inflables que se producen en la fábrica en que trabaja, a una señora cubana que explica cómo funciona su cartilla de racionamiento, a una chica cubana que cuenta cómo se impresionó ante la cantidad de comida y productos a los que tuvo acceso en un viaje que hizo a Inglaterra, y a Mike Balmer dando brincos y alaridos en una charla motivacional en Microsoft.

Después de cuestionarnos y mostrarnos enormes depósitos de llantas usadas, termina su docuemental sin profundizar mucho en su tema, sin ofrecer soluciones o conclusiones. Lo que me pareció interesante de su propuesta no fueron las ideas de Zerzan y ese desprecio por la industria humana, por los logros que hemos alcanzado como civilización, que si bien han causado problemas, la “destrucción” de la tierra, nos han ayudado a tener mejores y más largas vidas. Si cada una de esas llantas en el enorme basurero equivalen a la cura de una enfermedad, a un mejor medio de transporte, a un invento que hace mi vida más fácil, creo que son un costo que estamos pagando y no un castigo. Tampoco me pareció nuevo que la chica hablara  con tanto entusiasmo de la hamburguesa que se comió, porque suele pasar que nos entusiasmemos con aquello que descubrimos por primera vez. Me pareció interesante que hiciera énfasis en que en Cuba no se producen muchas cosas porque les “alcanza” con un solo tipo de pasta de dientes, por ejemplo, pero que sí se producen muchos símbolos. El regimen no nos vende cachivaches, nos vende ideas y las consumimos sin cuestionarlas, de ahí que las playeras con la efigie del Ché se vendan tan bien.

Aunque no profundiza en la información que presenta, ni parece ser su intención hacer algo más que sorprendernos y dejarnos sintiendo culpables por lo inconscientes de somos a la hora de consumir, me recordó una idea que siempre me ha parecido importante discutir: ¿quién establece cuánto es demasiado? Habrá personas que piensen que es correcto que el gobierno regule la cantidad de soda que les venden en las cadenas de comida rápida o que el gobierno le ponga un freno a las personas que fuman “demasiado” o que regule los límites de velocidad a los que se puede circular en las carreteras. Habrá quien piense que la riqueza está mal distribuida en el mundo y alguien debería obligar a los ricos a que le den a los pobres. Por suerte, también creo que habrá quienes coincidan conmigo en que el concepto de “demasiado” es relacional, depende del contexto del sujeto y es personal. Nadie puede decirle a otro que tiene demasiado, porque no puede juzgar al otro sino en base a un criterio aplicado a sí mismo. Si ya tenemos mucho de todo, quizás es tiempo de establecer nuestros valores prioritarios, no digo que en este mundo todos tengan esa idea clara.

Escuelas como cárceles


Imagen tomada de: http://bit.ly/12tp3K2

Imagen tomada de: http://bit.ly/12tp3K2

 

A mí me gustaba ir al colegio. Mi casa estaba lejos de todo, no tenía vecinos, así que ahí era el lugar donde estaban mis amigos. Recuerdo mi primer día de clases, mis papás me metieron a preparatoria a los 5 años y no pasé por todos los grados que los niños pasan ahora antes de llegar a prepa. Pasé en el colegio trece años y en la universidad cinco más y no recuerdo mucho de mi vida escolar. Una vez intenté sacar el libro de historia para copiar en un examen, pero como no había leído, no tenía idea de qué buscar y fue de poca ayuda, ni siquiera logré hacer trampa. Otra vez, para una Semana Santa, me dejaron de tarea escribir los números de uno a un millón. Superé la clase de geografía, aunque todavía soy bastante mala con los accidentes geográficos. No fui una alumna excepcionalmente buena ni excepcionalmente mala. Supongo que siempre me mantuve en el promedio, con buenas notas y un comportamiento aceptable. Esos años constituyen una parte de lo que soy ahora, pero ¿es suficiente tener una noción del valor de mi educación? ¿Vale la pena invertir tanto tiempo, esfuerzo y dinero en una experiencia de la que después no se puede sacar una idea concreta de para qué nos sirve? Sí, me enseñaron a leer, a escribir; era buena en matemática, pero mi tía fue la que me enseñó a usar la regla de 3, algo que uso mucho más que la factorización.

A mi sobrino le dejaron de tarea hacer un cartel ilustrado con las reglas para coser diferentes tipos de tela. Si él no estuviera en primero primaria, si tuviera que zurcir un calcetín de vez en cuando o si le importara la diferencia entre la lana, el algodón y el poliéster, por algo más que saber por qué el material de su suéter pica, pensaría que esa tarea le va a servir de algo, que quizás su experiencia con la educación formal y el colegio va a ser mejor que la mía, pero no es así. El colegio en el que él estudia sigue siendo el mismo colegio en que estudié yo, en el que estudiaron mis papás, mis abuelos, creo que incluso sigue teniendo muchos de los contenidos curriculares del siglo XIX.

La escuela es uno de esos lugares en los que los niños pueden aprender muchas de las cosas que necesitan para la vida, pero no estas escuelas que tenemos en la actualidad y que han sido, parafraseando lo que dicen en el documental “La educación prohibida”, construidas a imagen y semejanza de las cárceles y las fábricas, donde los niños tienen que obedecer timbres que les dicen cuándo pueden comer y cuándo no, cuándo tienen que escribir y cuándo tienen que ejercitarse. Sé que no estoy sola con mi idea de la necesidad de una evolución en las escuelas tradicionales, necesitamos convertirlas en espacios donde estimulen la libertad, la creatividad y el pensamiento independiente.  Sir Ken Robinson en sus charlas de TED nos cuenta un poco de la historia de la educación moderna, nos habla de los modelos educativos post revolución industrial y plantea cómo las escuelas dejaron de responder a las necesidades de las personas, cómo aniquilan a los creadores en potencia. En la primer media hora de “La educación prohibida” también nos dan ese contexto histórico y luego nos hablan de cómo aprenden los niños.

Una de las conclusiones que saco en claro de esos planteamientos y esas ideas revolucionarias, es que tenemos que lograr que la escuela se separe del Estado. No podemos seguir dejando la educación en manos de los gobiernos, ellos no han hecho un buen trabajo y no saben cómo empezar a hacerlo. Para que en una escuela se le enseñe al niño a ser libre, primero tiene que ser libre la institución, elegir su propio currículo, elegir su propio horario y su forma de educar. Los que dicen qué se debe estudiar en las escuelas públicas y privadas no son los maestros, ni siquiera los dueños de los colegios o los directores, son burócratas a los que no les interesan los individuos. Nos quejamos todo el tiempo de lo mal que está la educación, la juventud, los acusamos de no leer y de no interesarse, quizás es tiempo de una revolución de ideas que ayude a nuestros jóvenes a interesarse por aprender a aprender, en lugar de darles un montón de conocimiento estéril que olvidarán pronto y que no significará algo para ellos.