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Atlántida, el destino ideal


Escrito por Luis Eduardo Barrueto [SPOILERS MENORES DE LA REBELIÓN DE ATLAS]

Me he encontrado en varias ocasiones con una objeción que me llama mucho la atención sobreLa rebelión de Atlas en lo específico, y sobre la filosofía de Rand en general. Se resume en una frase que he escuchado de al menos dos personas: «ella era aristotélica en sus premisas pero platónica en sus conclusiones». Por supuesto, si alguien le hubiera dicho esto a Ayn Rand, probablemente ella se hubiera desmayado o habría reunido las fuerzas para golpear a esa persona por la contradicción que eso supone, pero demos un poco de espacio al argumento para desarrollarse: La propuesta de una revolución moral y su representación en la ficción como la figura de Atlántida a la que los cerebros del mundo se retiran para fundar su sociedad es la que resulta un tanto increíble para los lectores, porque en un primer análisis parece que abandona su realismo por una suerte de «idealismo».

Sin embargo, ese «idealismo» con que etiquetamos el final estilo Hollywood de la novela no es el mismo «idealismo» con que etiquetamos a Platón y su filosofía, sintetizada popularmente por el mito de la caverna que aprendimos en la secundaria. Si visitamos la teoría estética de Rand descubriremos que en el arte ella se proclamaba una «realista romántica» y la Atlántida jugaría el papel del ideal de normas que deberían regir a los hombres racionales, pero un ideal que es alcanzable.

¿Alcanzable, la Atlántida?

Llegar a términos con un autor es difícil, pero creo que es bastante obvio decir que Ayn Rand no estaba haciendo un llamado literal a la huida de los empresarios a una provincia oculta entre las montañas donde pueden inventarse su propia sociedad from scratch.

La discusión sobre las normas que rigen a la sociedad tiene dos lados, uno normativo (lo que debería ser) y uno positivo (lo que es):

El normativo es al que Rand nos introduce en su obra. El único código moral correcto para los hombres racionales es el del egoísmo racional, que en el plano político se traduce en el respeto de los derechos individuales y su corolario, la libertad política y el capitalismo laissez-faire.

El positivo o descriptivo ha pasado más desapercibido, pero existe. Se trata de la obra de personas influidas por Rand pero también por otros autores liberales: Peter Leeson por ejemplo. En Leeson (2010) hay una revisión en la historia de cómo las reglas creadas por el gobierno suelen ser ineficientes, cuando menos, y perniciosas, casi siempre, para regular el comportamiento humano. En contra de las prescripciones de la filosofía de Descartes, Hobbes y sus seguidores, Leeson identifica que de hecho los seres humanos suelen portarse comparativamente mejor cuando se deja a su voluntad su propio uso de la razón, que cuando un aparato coercitivo les remueve esa facultad. Desde la conquista del Oeste hasta la ley mercantil internacional hay varios casos puntuales de «pockets of anarchy» o espacios en los que todas las reglas son creadas endógenamente, que demuestran que la visión que en la Atlántida se plantea como un ideal han de hecho ocurrido de forma aproximada en el mundo real.

Como verán, los dos tipos de literatura se complementan. El teórico puramente descriptivo apoya la visión que en Rand se convierte en un ideal alcanzable y que deberíamos elegir como valor, para defenderlo y procurar que se haga realidad.

Razones para leer o dejar de leer a Rand


Hace unos días me dijeron que debería cambiarle de nombre al Centro de Estudio del Capitalismo y ponerle “Centro de Estudios Randianos”, porque según esta persona sólo leemos a Rand y pensamos que ella, que es la cara menos amable del capitalismo, es la panacea para defender estas ideas. Mi respuesta dejó de lado que cualquier objetivista que se respete no dejará que le digan “randiano”, que ningún autor es “La” panacea de las ideas y que las caras amables muchas veces son engañosas. Lo cierto es que en los diálogos del CEC no sólo hablamos de la obra de Rand, aunque definitivamente sus novelas son nuestro punto de partida. Considero que hay razones buenas y malas para leer o dejar de leer a ciertos autores, para descalificar ciertas obras o pensar que son requisitos esenciales para una buena educación. Yo no me atrevería a descalificar a García Márquez como narrador por ser comunista o a Vargas Llosa porque dejó de serlo. Entiendo que sus ideas políticas estarán presentes en sus obras y ello sólo me servirá para tener un contexto completo y plantear mis juicios a partir de él. Admito que me dan un poco de desconfianza aquellos que aseguran que un libro te cambiará la vida o los que creen que es obligatorio leer a los clásicos porque son lo único en la literatura que vale la pena; porque, finalmente, la lectura es nuestra oportunidad para participar de un diálogo de siglos en que miles de autores nos invitan a reflexionar sobre las grandes preguntas de la humanidad, sobre los temas que nos han desvelado desde siempre.

No es un secreto que la lectura no es el pasatiempo favorito de muchos guatemaltecos, que los jóvenes deben tener mejores cosas que hacer, que dedican su tiempo a alimentar otras grandes pasiones. Entonces, ¿por qué pedirles que lean las novelas de Rand? Porque a la señora se le ocurrió que era una buena idea decir que los empresarios pueden ser héroes, que los personajes ideales nos sirven para imaginar cómo podríamos ser. No digo que sus héroes sean perfectos, que no cometan errores o que haya que imitarlos al pie de la letra. Ella no escribió manuales para que dejemos de cuestionarnos nuestras propias decisiones y sólo acudamos por la respuesta a la página tal, inciso tal del libro de la vida según Rand. Entre tantos libros que nos advierten sobre los sistemas totalitarios de gobierno, que nos hablan de los horrores de la guerra, que nos hacen cuestionarnos sobre el bien y el mal y nos dicen todo lo que no hay que hacer para ser felices, ella decidió poner ejemplos de individuos que luchan por sus propios sueños, por sus empresas, por su vida. No para que abandonemos nuestra mente, sino para que dejemos de pensar en términos de psicología inversa y veamos al ideal de frente.

¿Hay otros auotores que defienden el capitalismo? Definitivamente. Muchos lo hacen desde el mundo de la no ficción y lo justifican económica y políticamente. Rand lo hace desde el mundo de la ficción y lo justifica moralmente, en su libro Capitalismo: el ideal desconocido dice que “La justificación moral del capitalismo no recae sobre el reclamo altruista de que representa la mejor forma para alcanzar “el bienestar general”. Es verdad que el capitalismo lo logra, si acaso esa frase altisonante tiene algún significado, pero será meramente una consecuencia secundaria. La justificación moral del capitalismo descansa en el hecho de que es el único sistema en consonancia con la naturaleza racional del hombre, que protege la supervivencia del hombre en cuanto hombre y donde su regla básica es: la justicia”. ¿Ella tiene la última palabra al respecto? No, ella nos ofrece una base, nos toca a nosotros construir nuestros conceptos, nuestro mundo a partir de ahí. ¿Hay otros caminos para establecer estos conceptos? Por supuesto, le toca a cada uno cuestionarse y buscar sus propias respuestas, con Rand o sin ella.

Puedo pensar en cientos de razones para leer o no leer a un autor, pero no puedo justificar a nadie que critique a un autor sin haberlo leído y no me refiero a sólo haber sostenido en sus manos el libro y haber recorrido con la mirada sus líneas, me refiero a haberlo leído y cuestionado a profundidad.

El final de “La rebelión de Atlas”


I used to question Mike’s endless reading of fiction, wondering what notions he was getting. But turned out he got a better feeling for human life from stories than he had been able to garner from facts; fiction gave him a gestalt of life, one taken for granted by a human; he lives it. Besides this «humanizing» effect, Mike’s substitute for experience, he got ideas from «not-true data» as he called fiction. (Robert A. Heinlein, “The Moon Is a Harsh Mistress”)

La semana pasada me topé en una red social con una conversación muy interesante sobre el final de “La rebelión de Atlas”. Una de las cosas que llamó mi atención es la idea de uno de los personajes involucrados en el diálogo de que no se puede tomar “en serio” las idea de un libro de ficción puesto que son ficción. Yo considero que la ficción es importante en la vida del ser humano porque si no podemos imaginar cómo puede ser algo, ¿cómo vamos a llevarlo a cabo? Les comparto la discusión, cada intervensión está copiada textual; sin embargo, omití los nombres de los involucrados y las intervenciones de otras personas.

Persona 1: «La rebelión de Atlas» tiene buenos pasajes. Al final es una obra de ficción que tiene un final ridículo. Me da pena que haya personas que sustenten sus consideraciones éticas y antropológicas en un libro de ficción. El libro sirve para mostrar el poder creeativo de la fuerza individual, pero de eso a formar un código moral hay una gran diferencia.

Rand tiene algo bueno: transmite de forma muy clara informaciones que muestran cómo la injerencia burocrática puede entorpecer la actividad económica. En ese sentido, el libro es interesante. El problema es que ofrece una visión ética y antropológica mutilada, que, además, tiene un final ridículo (los productivos se aíslan de la sociedad y se van a fundar su mundo perfecto). Y lo más peligroso, algunos lectores elevan la obra a la categoría de libro de culto.

Creo que la obra tiene buenos discursos y argumentos; pero muestra personajes planos, lineales y robóticos. Son poquísimas las transformaciones personales (la del policía apodado «la niñera», la de la cuñada de Taggart que comprende muy tarde…). Los niños y los ancianos quedan prácticamente fuera. De las más de 1100 páginas de la novela, sólo unas 3 hablan de los niños. Digamos que presenta una visión del ser humano que para mí es muy incompleta.

Persona 2: interesante opinión sobre el final. Me imagino entonces, que también el Éxodo del pueblo de Israel, el éxodo de los puritanos que fundaron colonias en America, el éxodo de cerebros de la Inglaterra socialista pre-Thatcher, la separación de las colonias americanas de la Gran Bretaña y fundación de los Estados Unidos Americanos son todos ridículos, ya que son ejemplos del mismo principio: los productivos se aíslan de una sociedad que los explota y acosa y se van a fundar su mundo perfecto o a buscar uno mejor. Así me imagino que las propuestas de fundar Free Cities, o Charter Cities, o Leapfrog Cities, también han de ser ridículas. Y lo que originó las facultades de Arquitectura de la UFM y Landívar también fue ridículo, ya que estas surgieron por negociaciones de un grupo de estudiantes, (más de la mitad), de la antigua facultad de Arquitectura de la San Carlos, que no estábamos de acuerdo con aprender marxismo, que era lo que pretendía la guerrilla que se apoderó de la dirección de esta última. Seguir leyendo

Entonces te dicen que parecés burócrata


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En la Guía del viajero intergaláctico Douglas Adams cuenta la historia del viaje que Arthur Dent, un señor inglés, debe emprender cuando logra escapar de la tierra justo antes que ésta sea destruida. En sus andares por la galaxia se encuentra con una raza particularmente desagradable, los Vogons, que son bastante malhumorados, unos burócratas sin imaginación e incapaces de alguna manifestación de pensamiento crítico. El planeta en que habitan estos seres tiene una característica curiosa, cada vez que alguien tiene una idea en él, se levanta una pala de la tierra que le pega en la cara, la única forma en la que pueden evitar los golpes constantes es dejar de pensar, aunque sus narices aplastadas deben ser un signo de que tal acción no es tan simple; sin embargo, probablemente por ello se desarrolló ahí este grupo de individuos que sólo acatan órdenes, que no cuestionan y que no harán nada si no les presentan un formulario lleno por triplicado.

Hace unos días en un seminario alguien dijo que todos tenemos un amigo burócrata y me pregunté si yo contaba con algún vorgon entre mis amistades. Cuando todos lo vimos esperando que explicara a qué se refería dijo que todos tenemos un amigo de esos que sólo sobreviven, van al trabajo, «cumplen» con su labor, regresan a su casa, ven tele o algo por el estilo y pasan así sus días. Por lo que entendí, se refería a la gente que ha abandonado todo intento de tener algún reto intelectual y consideran que incluso hacer sudokus es demasiado demandante. Ni siquiera llega al punto de una crítica a la gente que trabaja en el gobierno, es una reflexión sobre aquellos que viven una existencia sin detenerse a pensar cuál es su propósito de vivirla.

Si uno pone un poco de atención, seguramente encontrará muchos ejemplos de personas que han luchado contra la adversidad y han cumplido sus sueños; es posible encontrarlos en la literatura, en las revistas, en documentales, en anécdotas de amigos. También nos es posible encontrar casos de gente que desperdició su vida, ellos nos sirven de ejemplo de todo aquello que deberíamos evitar. Sin embargo, en este momento me preocupan menos los extremos que esa idea de vivir la vida sin vivirla de verdad. Me preocupa despertar dentro de diez años y comprender que la vida me pasó encima y no hice nada con ella.

Al final de El manantial, Peter Keating le dice a Roark que se dio cuenta de que lo que quiere hacer realmente es convertirse en pintor. Roark sabe que ya es demasiado tarde para Peter, que ya no tiene oportunidad de conseguirlo. Más que temerle a equivocarme, me da miedo tener esa «actitud de burócrata» y sobrevivir mi vida sin un propósito, me da miedo que muchas personas vivan en la impotencia de pensar que no pueden hacer más de lo que hacen, que no vale la pena intentarlo.

Club de lectura de «La rebelión de Atlas», cuarta reunión


Una de las características físicas más sobresalientes de John Galt es que su rostro no refleja dolor, temor o culpa. ¿Qué refleja en cambio? El orgullo de estar orgulloso. Si bien sus mejillas denotaban arrogancia, tensión y desprecio, esas tres cosas son la suma de su determinación y de la certidumbre de no tener nada de lo que escapar, de saber que es una parte del mundo, que puede observarlo, ser racional y estar orgulloso de ello. Esto me hizo pensar en que alguna vez platicamos sobre la diferencia entre ser arrogante y estar seguro de uno mismo. Podemos preguntarnos si John Galt es simplemente arrogante o si es alguien seguro de sí mismo; finalmente, sabe cuál es su propósito en la vida y quién es el enemigo contra el que lucha. Se ha cuestionado si vale la pena “Trabajar para entregar un cheque en blanco a los hombres que nunca vería, cuyas necesidades no conocería, cuya loboriosidad, pereza o mala fe nunca podría llegar a conocer o cuestionar. Tan sólo para trabajar, trabajar y trabajar, dejando que las Ivys o los Geralds del mundo decidieran qué estómagos habrían de consumir el esfuerzo, los sueños y los días de su vida. ¿Es la ley moral a aceptar? ¿Es éste un ideal moral?”. (página 642)


John Galt decidió dejar de trabajar para mantener a los saqueadores y poco a poco fue convenciendo a otros de unirse a su causa. ¿Se han preguntado si los vendría a buscar para que lo acompañen a Atlantis? En la reunión pasada alguien me dijo que seguro no vendría por él, porque siempre busca a hombres eminentes y grandes empresarios y a él le faltaban méritos. Sin embargo, creo que los méritos personales no son la única cualidad que Galt busca, lo más importante es cierta cualidad moral que Dagny aún no posee. Cada uno de los invitados a vivir en esa comunidad ha tenido que entender y decir: “Juro por mi vida y por mi amor a ella, que jamás viviré para nadie, ni exigiré que nadie viva para mí.” Es decir, cada uno de ellos ha tenido que hacer un cambio en su código moral. No se trata sólo de abandonar el mundo de los saqueadores y ser productivos y demás, se trata de entender la base moral de esa decisión, de saber que no hay otra alternativa para vivir bien y ser felices.