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Nos urge la revolución


Foto Prensa Libre: Byron Vásquez

El pie de foto de la imagen a la izquierda incluía la pregunta ¿Qué opinas del mensaje de los estudiantes?Yo opino que me gustaría mucho que fuera verdad, pero que su actitud no me parece muy revolucionaria que digamos. Una revolución, más que violencia y gritos, implica un cambio profundo, no significa quedarse bloqueando una calle para que no se cambie nada, ni ocupar edificios y dejar de ir a clases, no indignarse sin proponer ni tener una idea clara de qué viene después.

El titular de uno de los diarios de hoy señala que la ministra de educación dijo que los estudiantes de las escuelas normales perderán el año si no vuelven a clases el lunes. Cuando le enseñé el periódico a una amiga, me dijo que esos líos con los estudiantes están desde que ella estudió magisterio, que le daba un poco de  pena hacer cuentas, pero que eso fue hace como siete, ocho años. Sabemos que el conflicto tiene mucho más tiempo y yo aún no le veo el final, porque aunque los estudiantes logren detener los cambios que propone el ministerio, sólo será por un tiempo, en realidad no ganarán nada y si no llegan a ningún acuerdo pronto, incluso pueden haber perdido un año de clases, un año de su vida.

¿Quién tiene la razón en este lío? Considero que ninguno de los dos grupos. Yo no le veo el caso a que les pongan más años a la carrera de magisterio si no hay cambios integrales en nuestra forma de concebir la educación y lo que necesitamos de ella. Cuando entré a la Licenciatura en Letras me dijeron que debía sacar primero el Profesorado de Enseñanza Media en Lengua y Literatura, así que sobreviví a varios de los peores cursos de los que tengo memoria, incluidas las pedagogías, didácticas, evaluaciones y demás bases integrales de lo que un maestro “debería” saber. Si tenía mis dudas sobre la utilidad de tales cursos, muchos años después, cuando empecé a dar clases, tuve la certeza de lo poco que se ajustaban a mis necesidades y las necesidades de mis alumnos en el salón. Los maestros que tienen muchos años de experiencia saben que no se trata sólo de manejar un tema y tratar de explicarlo, se trata de hacer que los alumnos se interesen por lo que están aprendiendo, que sepan que ellos mismos forjan su conocimiento y son responsables de lo que aprenden o no. No se trata de hacer que memoricen datos, sino que razonen y descubran cosas por sí mismos. Yo no estoy segura de que estos chicos que tienen tomados los institutos amen su carrera, de que amen aprender y enseñar, no estoy segura siquiera de que amen leer.

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¿A quién hay que echarle la culpa?


 

 

 

 

A mí también me gustaría echarle la culpa al gobierno por todo lo que ha llovido durante las últimas semanas. Me gustaría echarle la culpa a los inventores que  hicieron posible la revolución industrial por los congestionamientos de tránsito en los que me veo atrapada con abrumadora frecuencia. Me gustaría acusar a los banqueros de Wall Street por enviar al monstruo de la incertidumbre que me asusta por las noches.

En este momento, podría unirme a los indignados y reclamar que el gobierno pase el invierno al verano para solucionar con una acción las inundaciones y la sequía. Podría manifestar en alguna plaza nombrada en honor a algún inventor, para que las fábricas dejen de producir automóviles; además, podría venir a pie al trabajo, ¿quién dijo que 35 kilómetros son mucho para caminar de ida y vuelta en un día? Podría hacer carteles, tomarles fotos y protestar vía Twitter contra los ricos y poderosos banqueros que protagonizan las teorías de conspiración del mundo. Porque, a final de cuentas, necesitamos una revolución. Sin embargo, tengo la certeza de que la revolución que necesitamos no es global, no es ésta del 99%. Porque no me parece que sepan qué están pidiendo. Saben que algo anda mal en el mundo, pero no saben qué es exactamente, como se ve en este video tienen más de 99 razones para protestar:

Se quejan de los banqueros, del calentamiento global, del Sida, de la violencia de género, de la pobreza. Piden viviendas dignas, solidaridad, paz, respeto y que el mundo sea un lugar feliz. Dicen que el 1% se aprovecha de ellos, que son el pueblo, el 99%. En algunos casos piden que caigan las grandes corporaciones, en otros casos piden el comunismo a gritos, como si ese experimento no hubiera fracasado terriblemente en el pasado. Esa forma de mezclar los problemas, sus causas y a los responsables de los mismos, me hace creer que no se han sentado a pensar en las causas de su malestar, ni en las causas de los problemas de nuestras sociedades. Por ejemplo, sería más sensato que reclamara en la alcaldía de mi comunidad que usen el dinero de mis impuestos para arreglar el camino a mi casa que se destruyó con las lluvias o que por lo menos nos dejen repararlo en paz. Las quejas de los indignados me recuerdan esta frase de Daniel Khelmann “That was the moment when he grasped that nobody wanted to use their minds. People wanted peace. The wanted to eat and sleep and have other people be nice to them. What they didn’t want to do was think.” Measuring the World, páina 44)

Es cierto que necesitamos una revolución, pero debe ser una revolución moral e individual. El primer paso es asumir nuestra responsabilidad en el mundo, asumir que debemos pensar y tener clara nuestra escala de valores. Si vivimos en una sociedad libre ¿por qué pedir que el gobierno actúe como planificador central y nos diga qué pensar, en qué trabajar, cómo vivir, dónde vivir? ¿Qué sigue después de entregarle nuestros derechos al “hermano mayor”? ¿Por qué deberíamos entregarle nuestros derechos, nuestra propiedad, nuestra mente? ¿En serio tan terrible es la libertad? A final de cuentas, en los sistemas comunistas siempre hay un dueño de las cosas, ese 1% al que tanto detestan. Es cierto, la revolución se trata de actuar, pero no protestando a lo loco. Se trata de responsabilizarnos por nosotros mismos. No sirve de nada reclamar que los privilegios cambien de mano, así solo lograremos caer en la misma dinámica pero con actores distintos. Debemos defender nuestra libertad a toda costa, nuestro derecho de perseguir nuestra felicidad y de trabajar para nosotros mismos, para alcanzar y mantener nuestros valores, sin miedo a que venga alguien “con más necesidad” a despojarnos de ellos por medio de la fuerza. La revolución debe empezar con ideas, no con miedos irracionales.

Las ciudades del Futuro y el futuro del planeta Tierra


Esta semana tuvo lugar la convención internacional Free Cities en Roatán, Honduras.  La Convención contó con la participación de académicos y empresarios que buscan conocer cuáles son las mejores ideas (el sistema social ideal) y los medios idóneos (innovaciones tecnológicas) para fundar ciudades en las que se mejoren las condiciones de vida de todos los habitantes.

Al respecto muchos han hecho ya propuestas de diseño y construcción para crear ciudades sostenibles, ecológicas y sofisticadas que permitan elevar las condiciones de vida de todos sus habitantes y esto me recuerda a un concurso realizado por
The History Channel en el que arquitectos y diseñadores debieron crear la ciudad del futuro.  El objetivo del concurso fue diseñar una imagen de lo que podrían llegar a convertirse las ciudades de Los Angeles, Nueva York y Chicago en los próximos 100 ó 200 años.

Sin embargo, muy pocos son quienes se han atrevido a proponer cuál es el sistema social idóneo que debería regir en estas ciudades.  Por eso, nuestro trabajo ha sido continuar divulgando las ideas del capitalismo como el único sistema social que permitiría el establecimiento de una sociedad de hombres libres y responsables. Enhorabuena por estas propuestas de «un mundo mejor».

VIDEO: The City of the Future Winners and proposals at the History Channel Contest.

Es importante hacer notar que el concurso buscaba que los participantes se fijaran no sólo en el presente sino en la historia de las ciudades, sus habitantes, su cultura y oportunidades de desarrollo.

La propuesta de los participantes ganadores fue la que demostró de manera más eficiente cómo podían los seres humanos adaptarse a los inminentes y constantes cambios climáticos, geográficos e hidrográficos que ocurren en nuestro planeta.

¿Acaso no es esta una mejor propuesta que intentar detener el mundo?

VIDEO: Los Angeles 2106

Sobre la ecología


Un muy buen artículo vía: objetivismo.org

“La ecología como principio social… condena las ciudades, la cultura, la industria, la tecnología, el intelecto, y aboga por el retorno de los hombres a la “naturaleza”, al estado de infra-animales gruñidores cavando el suelo con sus propias manos.”

Un campesino de Asia que trabaja todas las horas que está despierto, con herramientas creadas en tiempos bíblicos – un aborigen de América del Sur que está siendo devorado por pirañas en un riachuelo en la selva – un africano al que le está picando la mosca tsé-tsé – un árabe cuyos dientes están verdes con putrefacción en la boca – todos estos viven en su “medio ambiente natural», pero desde luego no son capaces de apreciar su belleza. Intenta decirle a una madre china, cuyo hijo se está muriendo de cólera: «¿Debe uno hacer todo lo que se puede? Claro que no”. Intenta decirle a un ama de casa rusa, que tiene que recorrer penosamente a pie muchos kilómetros a temperaturas bajo cero para pasar horas haciendo cola en la tienda del Estado que reparte raciones de alimentos, que los Estados Unidos están «contaminados» por centros comerciales, autopistas y un automóvil en cada hogar.

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En la Europa occidental, durante la Edad Media pre-industrial, la esperanza de vida del hombre era de 30 años. En el siglo XIX, la población de Europa creció un 300% – la mejor prueba del hecho que por primera vez en la historia humana, la industria dio a la gran masa de gente la oportunidad de sobrevivir.

Si fuera cierto que una alta concentración industrial es destructiva para la vida humana, deberíamos poder confirmar que la esperanza de vida disminuye en los países más avanzados. Sin embargo, ha ido en constante aumento. Aquí están las cifras de esperanza de vida en los Estados Unidos (fuente: Metropolitan Life Insurance Company):

  • 1900 – 47.3 años
  • 1920 – 53 años
  • 1940 – 60 años
  • 1968 – 70.2 años (últimas cifras compiladas)

Cualquier persona de más de 30 años de edad hoy, que le dé unas silenciosas «gracias» a las chimeneas más próximas, más inmundas y más mugrientas que pueda encontrar.

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El dinosaurio y sus semejantes desaparecieron de esta tierra mucho antes de que hubiera hombres de industria o cualquier tipo de hombre. . . . Pero esto no acabó con la vida en la tierra. Contrariamente a los ecologistas, la naturaleza no se mantiene quieta ni mantiene el tipo de «equilibrio» que garantiza la supervivencia de ninguna especie en particular – y menos aún la supervivencia de su producto más maravilloso y más frágil: el hombre.

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Ahora observemos que en toda la propaganda de los ecologistas – entre todas sus apelaciones a la naturaleza y sus demandas de «armonía con la naturaleza» – no hay ninguna discusión sobre las necesidades del hombre y los requerimientos de su supervivencia. El hombre es tratado como si fuera un fenómeno no-natural. El hombre no puede sobrevivir en el tipo de estado natural que los ecologistas imaginan – es decir, al nivel de los erizos de mar o los osos polares. . . .

Para sobrevivir, el hombre tiene que descubrir y producir todo lo que necesita, lo cual significa que tiene que alterar su entorno y adaptarlo a sus necesidades. La naturaleza no lo ha equipado para que él se adapte a su entorno de la forma que los animales lo hacen. Desde las culturas más primitivas hasta las civilizaciones más avanzadas, el hombre ha tenido que fabricar cosas; su bienestar depende de su éxito en la producción. La tribu humana más baja no puede sobrevivir sin esa supuesta fuente de contaminación: el fuego. No es meramente simbólico que el fuego fuese la propiedad de los dioses que Prometeo les trajo a los hombres. Los ecologistas son los nuevos buitres revoloteando para intentar extinguir ese fuego.

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Sin máquinas ni tecnología, la mera tarea de sobrevivir es un desafío terrible y agotador para alma y cuerpo. En “la naturaleza», el esfuerzo por conseguir comida, vestido y vivienda consume toda la energía y el espíritu de un hombre; es una batalla perdida – y el vencedor es cualquier inundación, terremoto o enjambre de insectos. (Recordad los 500.000 cuerpos que quedaron después de una sola inundación en Pakistan: eran hombres que vivían sin tecnología.) Trabajar sólo para cubrir sus necesidades básicas es un lujo que la humanidad no puede permitirse.

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Se ha reportado en la prensa muchas veces que el problema de la contaminación va a ser la próxima gran cruzada de los activistas de la Nueva Izquierda, después de la guerra de Vietnam acabe. Y al igual que la paz no era su objetivo o el motivo de esa cruzada, tampoco es el aire limpio su objetivo ni su motivación en esta.

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El objetivo inmediato es evidente: la destrucción de lo que queda de capitalismo en las economías mixtas de hoy, y el establecimiento de una dictadura global. Ese objetivo no tiene por qué ser inferido – muchos discursos y libros sobre el tema dicen de forma explícita que la cruzada ecológica es un medio para ese fin.

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Si, tras el fracaso de acusaciones como «el capitalismo te lleva a la indigencia» y «el capitalismo te conduce a la guerra», a la Nueva Izquierda no le queda nada mejor que: «el capitalismo mancha la belleza de tu paisaje», uno puede razonablemente concluir que, como poder intelectual, el movimiento colectivista está acabado.

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Contaminación en las ciudades y ríos sucios no son cosas buenas para los hombres (aunque no representen el tipo de peligro que los profetas del pánico proclaman). Se trata de un problema científico, tecnológico – no político – y solamente puede ser resuelto con tecnología. Pero aunque la contaminación fuese un riesgo para la vida humana, debemos recordar que la vida en la naturaleza, sin tecnología, es muerte al por mayor.

NO a la hora de la Tierra


El día sábado 26 de marzo se celebrará en distintos países del planeta la hora de la Tierra (conocido por los promotores con el nombre en inglés Earth Hour).  Este evento ha sido organizado durante 5 años por por la organización WWF que ha invitado a todos los países a apagar sus luces a las 8:30 p.m (hora local).  El evento inició en el año 2007 en Australia y en esa ocasión más de 2.2 millones de personas apagaron sus luces junto a 2,000 negocios con la intención de hacer un llamado a la conservación de los recursos en el planeta, el ahorro energético y el intenso efecto ambiental que la organización aduce es causada por los seres humanos.

Sin embargo, muchos (quizás la gran mayoría) desconocen las verdaderas implicaciones y raíces filosóficas de esta celebración.  Los que lo apoyan y quienes proponen celebrar este día no quieren que nosotros sólo apaguemos algunas bombillas y dejemos de ver televisión.  Lo que estos grupos proponen es la muerte indirecta de millones de personas y la posibilidad de que millones más queden sin empleo y hogares.  Estos grupos proponen una reducción masiva de las emisiones de carbono por los países que el día de hoy proveen al mundo entero de productos y servicios.  La reducción de estas emisiones de carbono implica que se reduzcan en al menos 80% menos que los niveles existentes en al año 1990.  Esta reducción va más allá de apagar la tele o apagar las luces de Times Square por una hora y cumplir con la meta de las emisiones de carbono que ellos proponen, implicaría una inmensa reducción del uso de energía (y la producción que utiliza esta energía) a niveles alarmantes alrededor del mundo.

Sin duda el planeta Tierra (nuestro único hogar) debe ser protegido y las industrias que contaminan deben responsabilizarse por los daños ecológicos que han causado.  Lo anterior es indiscutible, pero de exigir a las empresas e industrias estatales por el uso responsable de los recursos a pedirles que apaguen por completo sus industrias son dos cosas muy distintas.  Aunque muchos de ustedes no lo crean, prestarse a participar en estas actividades permitirá a estas organizaciones presionar para que se pasen controles legales de la cantidad de producción que pueden y «deben» tener las industrias de países alrededor del mundo.  Y, es a la vez, ser parte de este complot contra los seres humanos que representará el despido y potencial muerte de millones de humanos por motivos injustificados que sólo buscan beneficiar a nuevas industrias supuestamente más ecológicas y «verdes».

Ahora, les comparto tan sólo un ejemplo del impacto que tendría reducir las emisiones de carbano en la industria de la medicina:

Reducir las emisiones de carbono implicará el cierre de millones de salas de servicios intensivos y/o indirectamente, implicará la eliminación de muchos de los productos, medicamientos, servicios, aparatos y o empleados que hoy 25 de marzo de 2011 son necesarios para tener esas salas funcionando al 100%.  Además, una reducción en la producción de las industrias implicará también una reducción y retraso en la investigación y desarrollo de nuevos productos y servicios; que probablemente servirían para tratar a esas personas enfermas.

Ahora, piensen ustedes en los cientos de servicios y productos a los cuales es muy probable no tengan acceso si estas emisiones de carbono fueran reducidas en todo el planeta.  ¿No creen que ustedes también se verán afectados por estas externalidades negativas?

Los invitamos a reflexionar y a buscar métodos más adecuados para celebrar un mundo mejor, más limpio, verde, sano y humano.