• Temas

  • Entradas recientes

  • Escribe tu dirección de correo electrónico para suscribirte a este blog y recibir notificaciones de nuevos mensajes por correo.

    Únete a otros 88 suscriptores
  • Comentarios recientes

    Catalina en ‘El reino de este mundo…
    Guillermo Pineda en ‘El reino de este mundo…
    ginapicart en ‘El reino de este mundo…
    Jon Barnes en En Guatemala no hay parqu…
    OCB Arana en El doctor que quiere eliminar…
  • Agréganos en tu:

  • Actualizaciones de Twitter

En Guatemala no hay parques


Imagen tomada de: http://bit.ly/1cZ2imJ

Imagen tomada de: http://bit.ly/1cZ2imJ

En Guatemala no hay parques, tampoco hay banquetas para caminar tranquilamente, es un atentado andar en bicicleta, no se diga el atentado que es usar los buses urbanos y extraurbanos; tampoco hay metro, ni trenes para ir a Petén o al puerto. En Guatemala no hay carreteras para llegar a los pueblitos recónditos, ni siquiera para llegar a ciertas partes de la ciudad, no hay escuelas, centros de salud. En Guatemala nos adaptamos y vamos viendo cómo sobrevivimos, si hay que polarizar los vidrios del carro, lo hacemos; si hay que poner rejas en las ventanas de las casas y alambre espigado en el techo, los ponemos; si tenemos que salir a la calle disfrazados, llevar el saco en la mochila para no parecer oficinistas y así tratar de pasar inadvertidos para que no nos asalten, nos ajustamos al perfil. En Guatemala nos quejamos de los políticos y nos indignamos por la corrupción, esperamos que “los dueños del país” hagan un cambio, que surja un líder que nos inspire, que el gobierno solucione lo de la inseguridad, alimente a los hambrientos, nos dé los parques que necesitamos, las escuelas, los centros de salud, el agua, la electricidad y el trabajo. En Guatemala siempre estamos pensando en que deberíamos irnos a otro país porque acá no se puede vivir. Tenemos la noción de que algo está mal, que el sistema no funciona, creemos que hay algo que deberíamos cambiar, pero no sabemos a ciencia cierta qué es. Tenemos mucho miedo e incertidumbre, no sabemos por dónde empezar a solucionar este país.

Imagen tomada de: http://on.fb.me/11o4nZC

Imagen tomada de: http://on.fb.me/11o4nZC

Algunos creen que lo que anda mal es que la riqueza está mal distribuida, que los que tienen más deberían darle a los que no tienen y así eliminar la pobreza. Algunos otros creen que no debería haber empresas transnacionales que inviertan en Guatemala, o que si las hay, que no deberían ganar nada por tener sus fábricas, sus minas, sus tiendas en territorio guatemalteco. Hay quienes creen que todos los empresarios son inescrupulosos por definición y que sería mejor que alguien los controlara para que no se hagan ricos a costillas de esos pobres empleados a los que explotan, para que no consuman las bellezas naturales y los recursos que tiene Guatemala y nos dejen sin nada. Otros creen que está bien que los empresarios y comerciantes tengan ganancias, pero que éstas deberían estar limitadas y que todos ellos deberían actuar por el bien común.

El punto en que estas opiniones coinciden es en la inmoralidad que representa el ganar dinero con fines personales. La idea de tener ganancias para sí mismos es cuestionada incluso por los propios empresarios y comerciantes, que sienten que deben retribuirle algo a la sociedad. No hablo acá de aquellos que se enriquecen de forma ilícita, por transas, hablo de la gente honrada que hace negocios limpiamente, incluso ellos sienten que le están quitando algo a alguien más, que hay algo perverso en producir y ganar dinero. En lo profundo de su ser sienten que están haciendo algo mal y que tienen una deuda que pagar.

¿Qué pasaría si las empresas dejaran de producir? ¿Qué pasaría si un día todas las fábricas, todas las transnacionales se fueran? ¿Los guatemaltecos recuperaríamos lo nuestro? ¿Qué es eso nuestro que queremos de vuelta? ¿Por qué estamos peleando exactamente? Si las empresas se fueran, ¿tendríamos parques, alguien haría que funcione el sistema público de transporte, alguien alimentaría a los hambrientos, nos daría empleo? Todas esas riquezas naturales de las que la gente se pasa hablando, no sirven de nada si nadie las explota, si nadie produce algo con ellas, no podemos tener paisajes vírgenes e inmaculados y a la vez tener energía eléctrica barata, escuelas, parques, centros de salud y todas esas cosas que nos hacen falta. Si el gobierno no produce nada, ¿por qué seguimos esperando que nos dé cosas? ¿Por qué seguimos juzgando mal a aquellos productores que mueven el mundo?

En Guatemala no hay parques, eso nos corresponde solucionarlo a nosotros. Cualquiera puede construir un parque y cobrar una cuota para que la gente lo use. En Guatemala no se puede andar en la calle por los altos niveles de inseguridad en los que vivimos, eso sí le toca solucionarlo al gobierno, son ellos los responsables de proteger a los ciudadanos. La creación de riqueza es asunto de los ciudadanos, la seguridad de estos es asunto del gobierno. Si algo está mal en nuestra sociedad es que no estamos administrando bien las culpas. Los empresarios y comerciantes necesitan libertad y seguridad para hacer su parte. Está bien si quieren crear grandes fortunas para sí mismos, podemos empezar por dejar de culparlos por ello.

El orgullo de ser uno mismo


Imagen tomada de: http://bit.ly/1aHzCAd

Imagen tomada de: http://bit.ly/1aHzCAd

La vida en sociedad es un asunto complicado, aunque con el pasar de los siglos hemos llegado a ciertos acuerdos en normas para vivir unos con otros. Sin embargo, todavía tenemos mucho camino por recorrer respecto a la vida con nosotros mismos. Las leyes regulan nuestro comportamiento en sociedad y suelen establecerse para que los individuos mantengan una conducta adecuada respecto al prójimo, por ello castigamos cosas como el robo, el asesinato, la estafa, la explotación infantil, estos delitos que tienen que ver con los derechos individuales y la propiedad privada. La situación se torna más compleja cuando se trata de cosas que hacemos con nuestros propios cuerpos, porque acá entra en juego la moral y si empezamos a legislar a partir de asuntos morales, nunca nos vamos a poner de acuerdo. En la sociedad intentamos llevarnos bien con los otros, no lastimar a nadie, no hacer uso de la fuerza contra nadie y esperamos de los otros que no nos lastimen y que nadie ejerza la fuerza contra nosotros. Cuando nuestras leyes ignoran los derechos individuales y se basan en prejuicios morales de cierto grupo, siempre habrá otro grupo que saldrá lastimado.

Cuando Benito Juárez dijo que “»Entre los individuos, como entre las Naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz«, no sólo se refería a que cada nación, cada individuo debe respetar el derecho de los otros a su vida, a su propiedad, e incluso a su búsqueda de la felicidad siempre que no pase por encima de los derechos de los demás, también se refería a que debemos recordar que cada individuo es libre de hacer de su vida lo que quiera, sin que tengamos que decirle qué es bueno para él. Respetar el derecho de los otros no quiere decir que debemos participar de sus prácticas, quiere decir que mientras no traspasen los límites de mi derecho, no tengo por qué limitar su derecho. Nuestras normas de vida respecto a nuestros cuerpos y lo que hacemos con ellos no son tan claras como las que regulan nuestro trato con los otros, sencillamente porque los individuos tienen gustos particulares y ello no está sujeto a discusión. ¿Por qué negarle derechos a cierto grupo porque nos parece incorrecto con quién o quiénes comparten su cama, por el color de su piel, por su sexo o la elección que hacen de él? Si basamos las leyes en la moral, cabría hacer la pregunta de ¿en la moral de quién? ¿Cómo evitamos la arbitrariedad si basamos las leyes en los gustos de un grupo?

Estamos en el mes del Orgullo LGBT (siglas a las que le agregaría la “H” de heterosexual, porque nosotros también somos parte de la diversidad) y en estas fechas particularmente se debate sobre temas como el matrimonio entre homosexuales y nos encontramos preguntándonos si una pareja de hombres o una pareja de mujeres serán capaces de enseñarle “buenas costumbres” a los niños, cuando hay tantas parejas heterosexuales que no son capaces de ello y nadie los cuestiona. Un amigo me comentó alguna vez que él no se siente particularmente orgulloso de ser gay, supongo que en el mismo sentido en que yo no me siento particularmente orgullosa de ser mujer, porque es algo que es parte de nuestra naturaleza, nosotros no tuvimos que ver en ello. Sin embargo, entendemos que podemos estar orgullosos de ser las personas que somos por nuestros logros en la vida, por las decisiones que tomamos, por el trabajo que hacemos y por no dejar que la simple etiqueta que define nuestra identidad sexual sea un obstáculo o un trampolín en nuestra vida. Uno puede sentirse orgulloso de ser uno mismo cuando comprende que ni siquiera ser “ser humano” es algo que nos haya sido dado, ser humanos y vivir como seres humanos es un trabajo difícil, que requiere del uso de nuestra razón y de nuestra capacidad para hacer de nuestra vida lo mejor que podamos lograr. Nuestra vida en sociedad será más simple y pacífica cuando entendamos que no podemos decirle a nadie cómo vivir su vida y que no tenemos que cuidar de la vida de los otros, ellos deben hacer su parte. Que el debate no sea si las parejas del mismo sexo que quieren adoptar niños o casarse son morales a nuestros ojos, que el debate sea cuánto se están respetando los derechos individuales de las personas, porque nunca sabemos cuándo la situación va a llegar al límite en que uno ya no pueda sentirse orgulloso de ser uno mismo porque alguien piense que eso no está bien.

Todo en exceso


Imagen tomada de: http://bit.ly/10vBWrk

Imagen tomada de: http://bit.ly/10vBWrk

Surplus: Terrorized Into Being Consumers es un documental de 54 minutos en el que Erik Gandini nos cuenta cómo nos hemos convertido en una raza que produce en exceso, consume en exceso y ha perdido ideas en exceso. Nos cuenta su historia con imágenes tremendistas, con frases repetitivas, música electrónica y cierta ironía. Considero que su idea fundamental, a grandes rasgos, es hacer un retrato de personas que han perdido la noción de valores por el consumo de cosas que no necesitan para sobrevivir. Para sustentar su punto presenta ideas de John Zerzan, el filósofo y anarquista que propone que deberíamos destruir nuestras ciudades, calles y tecnología, para volver al estado en que estaba la civilización en la edad de piedra, cuando los seres humanos eran cazadores-recolectores. También presenta a un joven que habla de la variedad de muñecas inflables que se producen en la fábrica en que trabaja, a una señora cubana que explica cómo funciona su cartilla de racionamiento, a una chica cubana que cuenta cómo se impresionó ante la cantidad de comida y productos a los que tuvo acceso en un viaje que hizo a Inglaterra, y a Mike Balmer dando brincos y alaridos en una charla motivacional en Microsoft.

Después de cuestionarnos y mostrarnos enormes depósitos de llantas usadas, termina su docuemental sin profundizar mucho en su tema, sin ofrecer soluciones o conclusiones. Lo que me pareció interesante de su propuesta no fueron las ideas de Zerzan y ese desprecio por la industria humana, por los logros que hemos alcanzado como civilización, que si bien han causado problemas, la “destrucción” de la tierra, nos han ayudado a tener mejores y más largas vidas. Si cada una de esas llantas en el enorme basurero equivalen a la cura de una enfermedad, a un mejor medio de transporte, a un invento que hace mi vida más fácil, creo que son un costo que estamos pagando y no un castigo. Tampoco me pareció nuevo que la chica hablara  con tanto entusiasmo de la hamburguesa que se comió, porque suele pasar que nos entusiasmemos con aquello que descubrimos por primera vez. Me pareció interesante que hiciera énfasis en que en Cuba no se producen muchas cosas porque les “alcanza” con un solo tipo de pasta de dientes, por ejemplo, pero que sí se producen muchos símbolos. El regimen no nos vende cachivaches, nos vende ideas y las consumimos sin cuestionarlas, de ahí que las playeras con la efigie del Ché se vendan tan bien.

Aunque no profundiza en la información que presenta, ni parece ser su intención hacer algo más que sorprendernos y dejarnos sintiendo culpables por lo inconscientes de somos a la hora de consumir, me recordó una idea que siempre me ha parecido importante discutir: ¿quién establece cuánto es demasiado? Habrá personas que piensen que es correcto que el gobierno regule la cantidad de soda que les venden en las cadenas de comida rápida o que el gobierno le ponga un freno a las personas que fuman “demasiado” o que regule los límites de velocidad a los que se puede circular en las carreteras. Habrá quien piense que la riqueza está mal distribuida en el mundo y alguien debería obligar a los ricos a que le den a los pobres. Por suerte, también creo que habrá quienes coincidan conmigo en que el concepto de “demasiado” es relacional, depende del contexto del sujeto y es personal. Nadie puede decirle a otro que tiene demasiado, porque no puede juzgar al otro sino en base a un criterio aplicado a sí mismo. Si ya tenemos mucho de todo, quizás es tiempo de establecer nuestros valores prioritarios, no digo que en este mundo todos tengan esa idea clara.

Tenemos al “coco” en la cárcel


El mundo esta esperando Puedo decir con seguridad que Guatemala está pasando por un momento histórico importante y me da un poco de pena no sentir más entusiasmo al respecto, no ser parte de los que se entusiasman diciendo que #síhubogenocidio o que #nohubogenocidio, no ser de los que celebraron la condena o de los que quieren parar el país hasta que liberen al general. Me gustaría sentir que ganamos la batalla, que estamos haciendo las cosas bien, que vamos por el camino correcto, que me siento orgullosa de nuestras decisiones como nación, pero no puedo evitar este sentimiento de frustración que me colma.

La condena del general Ríos Montt, de “Ríos de sangre Montt”, como lo oí nombrar desde siempre, no me parece una victoria, ni una muestra de justicia. No digo que el señor sea inocente y que no tenga culpas que pagar, seguro tiene una gran cantidad de muertes en su conciencia, violentó la constitución, se instituyó en el poder por la fuerza, entre muchas otras cosas que se le podrían demostrar en un juicio, pero lo condenaron por genocidio, como si todo lo demás que hizo se resumiera en ese delito; como si usar la fuerza y atentar contra la vida, la libertad y los derechos de los guatemaltecos no tuvieran mérito suficiente para recibir una condena. Castigarlo por genocidio y regocijarnos por ello es dejarlo ganar. Es admitir que no tenemos una idea clara de cuál es el daño que él y otros como él nos hacen, porque no sólo arrebató vidas. Apresurar el juicio convirtió al general en un símbolo, el “oligarca prepotente y asesino” fue humillado y condenado, la justicia le llegó en vida y cayó de lo alto, el poderoso pagará, pero ¿para qué nos sirve el símbolo si solo representa un linchamiento social? ¿Para qué nos sirve la condena si solo significa que va a pasar un tiempo preso?

Quizás un acto de justicia sería que el general pagara de su bolsa el resarcimiento que ahora exigen las víctimas, pero ¿quienes son esas víctimas? Mucha gente cree que los indígenas fueron las víctimas del conflicto, las mujeres ixiles con sus tristes historias, los hombres que tenían que salir a patrullar, los que tenían que unirse al ejército, los que se unieron a la guerrilla, los niños y niñas. Otros creen que los desaparecidos fueron las víctimas, sus vecinos, su familia, pero se olvidan en esa larga lista del resto de guatemaltecos de esa época y de los guatemaltecos de las generaciones futuras y para resarcirnos a todos por los daños que nos causan no hay fortuna que alcance. Quizás un acto de justicia y una mejor forma de resarcimiento sea decidirnos a no dejar que el conflicto pase de nuevo. Tenemos que establecer las bases morales y filosóficas que nos ayuden a construir una sociedad de personas libres y responsables que no dejarán que un caudillo se robe su país, que no dejarán que la opinión internacional sea determinante para sus decisiones como nación. Si recibir ayuda de los gobiernos desarrollados nos va a obligar a deberles obediencia, dejemos de recibir esa ayuda. Si necesitamos símbolos para construir Guatemala, que ese símbolo no sea que metimos al “coco” a la cárcel, sino el heroísmo de las personas que cada mañana se levantan y van a trabajar porque su orgullo no se compra con resarcimientos o ayuda internacional.

Digamos que sí hubo genocidio


Imagen tomada de: http://on-msn.com/vK12dE

Imagen tomada de: http://on-msn.com/vK12dE

En enero de 2013 empezó en Guatemala el juicio contra el ex general José Efraín Ríos Montt, de 86 años, y su antiguo jefe de inteligencia, José Rodríguez, de 76, acusados de delito de genocidio por la matanza de 1.771 indígenas ixiles, entre 1982 y 1983. El proceso fue avanzando y ha estado frecuentemente en los titulares de los periódicos, en las noticias nacionales e internacionales y en las redes sociales.  Después de todo, hay que comentar sobre el momento histórico en que el “representante más duro de los gobiernos militares de Centroamérica” se sentó en el banquillo de los acusados para responder por los cargos que se le imputan. Después de todo, hay que hablar sobre los largos y detallados relatos que las mujeres ixiles hicieron sobre los abusos recibidos,  la muerte y la destrucción, la pena y el sufrimiento.

El juicio siguió su desarrollo hasta que se anuló la semana pasada. La discusión se polarizó y se empantanó por pura retórica y todo mundo empezó a discutir sobre si hubo genocidio o no. Hay quienes dicen que el “monstruo” no puede ser inocente, que sí hubo genocidio; hay quienes dicen que en efecto hubo muchas muertes, pero el cargo no puede tipificarse como genocidio. (El tema fue discutido de forma clara y sintética el viernes 17 de abril, en el programa Contravía PM, que puede ver  acá) Al final todo se reduce a qué grupo tiene razón en el uso de una palabra. ¿Hay una sincera búsqueda de justicia en la discusión o solo quieren probar que tienen la razón?

Yo supongo que llevamos a alguien a juicio para obtener justicia, ¿es importante el proceso de acusar a quien nos hizo daño para sanar las heridas o solo necesitamos que corra un poco de sangre? Cuando mataron a Rodrigo Rosenberg se organizaron marchas en la ciudad para protestar por el hecho, muchas personas que por lo regular no se involucran en ese tipo de actividades salieron a las calles y el comentario de “los de izquierda” era:  “ahora sí les dolió algo a los ricos y por eso salen a manifestar”, lo planteaban como si el dolor fuera exclusivo para la gente del campo, o los indígenas o los desfavorecidos o cualquier otro que no sea el guatemalteco promedio, como si de nada valiera la voz de esas personas porque no venían de una aldea en el Quiché o porque quizás no salieron a protestar por otras muertes. Porque en esos temas seguimos pensando en términos de  ellos y nosotros. En lugar de estar peleando por un término, mejor seamos solidarios y aunque retorzamos un poco la verdad, acordemos que a Ríos Montt se le condene por genocida, pero antes de hacerlo que alguien me diga ¿qué pasará entonces? ¿Qué justicia se le dará a la gente? ¿Será suficiente con que se le condene a unas 9 cadenas perpetuas, que él simplemente no tendrá tiempo de cumplir? ¿Es necesario retorcer la verdad para obtener justicia? ¿Es esa la justicia que necesitamos?

Digamos que sí hubo genocidio y que ruede la cabeza del ex general, pero no nos conformemos con ello, después de todo, en ningún lado dice que el genocidio solo puede ser ejercido por los gobernantes hacia un pueblo determinado. Ya que estamos en esas, analicemos bien si la guerrilla, con alguno de los grupos que la conformaban, tuvo que ver con matanzas. Revisemos bien quiénes cometieron crímenes, de toda naturaleza, en cualquiera de los bandos. Si vamos a empezar a acusar, terminemos de una vez y que corra toda la sangre que sea necesaria para curar nuestras heridas como sociedad. Hagamos bien todo el proceso, para que dentro de diez años no se repita, para que las víctimas de otro pueblo no tengan que venir a declarar cómo las violaron, mataron y demás. Si de verdad queremos justicia por todo lo que nos pasó en estos años de historia reciente, debemos preguntarnos por qué las matanzas eran en esos pueblos, si los dirigentes de la guerrilla que vivían en París mientras su gente moría en el selva también deben algo, si estamos dispuestos a buscar respuestas en lugar de prestarnos al circo en que tendríamos que darnos por satisfechos porque se condene al general. Si de nada sirvió que firmáramos esa paz con la que le dimos amnistía a cualquiera que hubiera cometido algún crimen en tiempo de la guerra, si no nos reconciliamos, es mejor que de una vez deroguemos la “Ley de reconciliación nacional” (Decreto 145-96) y hagamos las cosas bien.